Categoría: poesía
España, octubre 2022
Me veo esforzando las rodillas para
pasar un escalón grande,
hasta que llego al final y me encuentro
con un corredor con olor a cera,
con una sensación impecable.
Y camino en la sala,
y las tablas rechinan,
(como cuando ella bailaba).
Veo la chambrana, y unas flores colgando,
lejos una montaña,
cerca un palo de naranjos.
Escucho decir que abajo habían
gallinas, conejos y una huerta de aromáticas para darle a las visitas.
Veo campo y cemento,
y la nostalgia de conservar y de modernizar,
en ese patio de abajo,
adornado con un perro llamado Campeón.
Escucho un grito “Mery”
y me pregunto porque siendo no familia,
Mery es familia y vive ahí.
Paro el cuarto del tío Nestor,
el tío de todas las generaciones,
el señor siempre joven,
con sus dichos, camisetas y regalos.
Más adelante, el cuarto de la plancha
- mis papás dicen que vivieron ahí-.
Empieza el olor a sancocho,
escucho a mi abuela hablar de política,
al tiempo que reparte los platos de cada uno.
Yo pidiendo hacia dentro solo sopa,
ella echando pollo sudado.
Veo a mi abuelo sin decir una palabra,
y a casi todos sentados en la mesa,
unos esperando el turno,
otros vienen desde abajo.
Porque hay otra planta,
con una estructura similar,
pero con diferentes detalles.
Esa parte de la casa:
Es la casa de mi tío.
Me veo sonriendo en ese patio en un diciembre,
mirando una olla con aceite y
a mi papá repartiendo una fritanga,
con música de fiesta de fondo.
Me veo ahí en ese instante,
porque no quiero olvidar el rincón de la casa en el que nació mi padre,
ni a mis abuelos, siendo ellos,
ni a mi familia, pequeña y numerosa a la vez,
ni a mí, en esa casa de madera del centro de Manizales,
con una presencia de casa de campo cafetero,
de la que ya no queda rastro, pero sí muchos recuerdos.
Una Andrea Más Un lugar que existió

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