Categoría: Relato
Suiza, marzo 2021
Escribir como terapia, así se llama el curso que estoy haciendo actualmente, esos regalos que por meses olvidé y que maravillosamente recordé en la necesidad de seguir buscando alternativas para entenderme y cuidar de mí.
Creo que es necesario ponerlo aquí y gritarlo, he dejado de escribir más que por las ocupaciones, por el miedo, no del rechazo, de la vida o mejor de la muerte. Desde que llegó el virus, he estado por decirle unas cuantas verdades, pero no he podido, me ha superado.
Le huí a decir algo al respecto, porque todo me parece repetido, cantidad de enfermos, ocupación en las UCI, mortalidad y el exceso de códigos que hemos aprendido en un año y medio.
He tenido miedo a la muerte, sí, como nunca antes lo había sentido, me ha dado el virus psicológicamente dos veces, en las que asimilo que vomito, que tengo fiebre y que la tos no para. La primera vez fue al ver miles de personas en el supermercado con tapabocas, ese día me tocaba a mí por el número de la cédula y porque era la más joven de mi casa, tenía que cuidar a mis papas. Llegué con la compra en las manos nerviosa, con la sensación de que me había comido el virus en un respiro.
He llorado en silencio, le he agradecido a Dios, le he reclamado y le he pedido que no nos deje vulnerables, que me dé, pero que a mis papás no, nunca… que no me vaya a enfrentar a una situación en la que no haya nada que hacer.
La siguiente vez fue cuando me monté en un avión y una niña de 4 años, cariñosa, simpática y sin conciencia de lo que estamos viviendo, me abrazó, me tocó la cara, me regaló un dulce y me pegó un sticker en la nariz ¡No! y cómo emputarme en ese momento y reprochar a su mamá, si la niña solo quería jugar.
Recuerdo que me bajé con las imágenes de la niña en la cabeza, que me eche tres veces antibacterial antes de llegar a un lavamanos, me rocíe alcohol casi hasta en los ojos, y me puse a rezar para que su mamá le hubiese lavado la manos antes.
Le hemos cogido fobia a todo o por lo menos yo, a los bancos, a los cajeros, a los aviones, a los supermercados, a quien nos toca, a quien habla de cerca, a quien no lleva bien puesto el tapabocas, a quien trabaja con las manos, a todo y a todos .
Solo nos sentimos seguros con nosotros mismos, en nuestras reglas. Creo que me pueden entender los obsesivos, que llevamos alcohol a todos lados, que nos lavamos las manos como si fueran cuero y que regañamos a los demás cuando infringen una mínima regla.
Verme las manos, es otro de los indicios de que esto me ha dolido, me ha tocado hasta el fondo. Quienes me conocen saben lo que las adoro, lo que las cuido, y sentirlas rasposas, arrugada, heridas, me aterra, me da rabia, me demuestra que estamos frágiles.
Hoy lo que rescato con fuerza, es que no nos paralizó, porque acá seguimos, enfrentándonos a la vida y a la muerte. Me basta mirar a la gente y saber que la estamos piloteando, que nos estamos tragando el miedo y que salimos a disfrutar el sol, la nieve, que con los ojos nos abrazamos y que pronto, muy pronto volveremos a estar juntos, cantando, bailando pegaditos, comiendo del plato del otro, sin temor, sin que nos respire la muerte en la nuca.
Una Andrea Más
Foto: Invierno, vista desde mi casa en suiza.
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