Categoría: relato
Ámsterdam, Octubre 2019
Contamos anécdotas, pero olvidamos otras historias, como cuando nos enganchamos con cosas específicas, la vida que les dimos a esas cosas tangibles, el significado que tuvieron; porque como en la película Toy Story crecemos y nos olvidamos de “esas cosas” que nos hicieron ser nosotros.
No lo digo como un reproche, porque aquí la primera en olvidar detalles, solo espero que quien lea esto se vaya a su niño/a, se tome como yo, un milo con galletas y se deje llevar por las pequeñas anécdotas.
Recuerdo verme en la cama con una cobija amarilla, un poco larga y áspera, la cual ponía en mi nariz y para mayor placer me metía el dedo gordo a la boca, de manera voluntaria e involuntaria, viendo televisión, a la hora de dormir, y al salir de la casa era lo primero que empacaba.
Fueron casi 15 años de esa relación sentimental, porque fue algo profundo, tal vez en la adultez no lo entendamos, pero esos no son simples caprichos, esos objetos nos dan infinita protección y sensaciones que tal vez ni nombre tengan.
La gente se reía de mí, pues mis papás dicen que una vez la llevé a Cartagena y me acosté con ella en la arena. Imaginar el calor que todos sentían viéndome cobijada a 38 grados es algo chistoso, pero ese hecho corrobora que desde que yo la conocí fuimos sola una.
Y es que escribir de una siempre será desnudarse, pero qué importa, si desnudos nos vemos mejor. Esto solo es una apreciación, frente a la opinión de quien esté leyendo y diciendo ¡a quién carajos le importa la cobija! pues a mí, y un montón.
Para ser preciosos, le echaba milo y leche en polvo, y la olía como una droga, creo que todavía tengo restos de eso en mi nariz. Cada que llegaba una persona nueva a ayudar con el aseo a mi casa decía: “hay que lavarle ese trapo a la niña”… “Jamás”, era mi respuesta.
No sé si el día que mi papá decidió sacar la cobija de una maleta, fue la mejor o la peor decisión que él haya tomado. Íbamos de Manizales a Medellín por tierra, y tengo la imagen perfecta de cuando llegamos al corregimiento de Irra, dije que debíamos parar para sacar la cobija y así poder dormir; recuerdo la cara de mi papá de horror, abrimos la cajuela del carro, y empecé a tirar la cremallera de la maleta, y no había nada…nada.. nada..
Lloré 4 horas seguidas, las noches en Medellín fueron desastrosas y eternas. Era como si me hubiesen matado una mascota en los brazos.
Hace unos días mi chico me dijo: “tú siempre llevas una cobija contigo, parece que no pudieras estar sin ella”, y recordé que cuando llegué a Barcelona, lo primero que vi cuando abrí la maleta, fue una cobija que mi mamá había empacado para que me acompañara.
Olvidé empacar fotos de mi familia y de mis amigas, en el afán de meter ropa y en la ansiedad de lo nuevo, pero mi mamá siempre iba a saber que una cobija me haría falta, me regresaría a casa y me haría feliz.
Esas cosas, esa relación que tenemos con las cosas, es íntima, es tan nuestra como nuestros talentos, y por más insignificantes que creamos que sean, cuentan más historias de nosotros, que nuestra propia cara.
Una Andrea Más.
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