Categoría: relato / biografía.
Holanda, septiembre 2019
Manizales, 1 de octubre de 1992. Andrea, hija de dos humanistas, Ana Rosa y José Fernando, llegó a hacerle compañía al “gran” Daniel, a quien ha tratado como su hermano menor. Es buena escuchando y aconsejando por eso es amiguera. Bebe poco, es casi abstemia después de un episodio de gastritis que le dio. Adicta a los chocolates.
Con un sentido del humor simple del cual salen carcajadas de delfín. Se le oye en las mañanas meditar, cree en Dios, la energía y la naturaleza como su centro, y su mantra es “el amor en libertad y la energía en movimiento”. Considera el hecho de mutar como una necesidad constante de transformación del alma. Auténtica desde el ser, lucha contra los prejuicios.
Su mayor reto es vivir en el presente, “un día a la vez”. Tiene temporadas en las que duerme y come mucho, y otras en las que se pasa en vela y con un café y una galleta se sacia el día. Alguna vez fue anoréxica.
Su pecado en la infancia: ser cruel y hacer bullying. Escritora desde chiquita. Amante de los perros a quienes siempre les asigna nombres de personas. Alguna vez les tuvo fobia a las aves. Le gusta compartir, darse a los demás. Es buena leyendo hechos reales y poesía, la mayoría de libros de novela los ha dejado en la mitad. Estudió comunicación social y periodismo.
Apasionada de las artes y máster en gestión cultural, su pintor favorito: Van Gogh, su poeta de cabecera: Elvira Sastre. Su mejor compañía y su gran amor un Suizo llamado Philipp. Aprecia la música clásica pero baila con ganas reggaetón. Ha vivido en 4 países y 8 ciudades. Le cuesta la soledad pero siempre camina hacia ella. Ha trabajado en medios de comunicación y entidades del Gobierno, sus fuertes son la redacción y las relaciones públicas, su desafío son los números.
Una Andrea Más estudió dos años artes escénicas, ha sido bailarina de danza tradicional, contemporánea, hindú y urbana. Anda descalza, se mete mucho al mar, le gusta ser de color moreno y sus pecas son sus estrellas. Es expresiva, pero le da nervios hablar en público. La violencia y la impotencia la hacen llorar. Le cuestan las alturas. Aprendió a caminar sin prisa y le generan dilema las mentiras, solo lo hace en casos extremos. Trata de ser paciente, sarcástica y saluda con una sonrisa. Tiene manos de pianista, y aunque no toca ningún instrumento, las atesora porque las usa para abrazar y escribir.
Una Andrea Más
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